EL SÍNDROME DEL IMPOSTOR. ALGUNAS ESTRATEGIAS PARA SALIR DE ÉL.

por | 4 Dic, 2024 | Liderazgo, Salud Mental

Por Jorge Gamboa.

Juan es un mentee al que acompañé en un proceso hace unos meses. Tenemos cosas parecidas: el gusto por los libros, el disfrute de la soledad, la curiosidad por aprender sobre diversos temas y ciertas inquietudes existenciales.

En una sesión, me planteó una pregunta: ¿Cómo tener la seguridad de que aquello que hago es realmente bueno y habla de mi desempeño como profesional?

Mis “horas de vuelo” en la práctica del mentoring me llevaron a contra-preguntar:

– ¿Qué te hace preguntarme eso?

– A veces siento que no soy tan bueno como la gente cree. Hay cosas que se me dan muy fácilmente, pero otras que me cuestan mucho, y eso me hace sentir que estoy aparentando ser competente cuando no lo soy. Me falta mucho por aprender, y siento que no logro que el equipo cumpla con los objetivos.

Tuve una intuición: “síndrome del impostor”. No la verbalicé. La anoté en mi cuaderno y seguí la conversación. Una vez indagué lo suficiente, lo confirmé y le hablé de los síntomas del “famoso” síndrome.

Contextualizo. Juan es hombre exitoso, al menos desde la perspectiva de quienes lo asocian con ocupar un alto cargo corporativo. Llevaba apenas dos meses en su nuevo puesto (un ascenso), y junto con el aumento de salario vinieron más responsabilidades y un equipo más grande a su cargo. Siente que sus padres depositan en él altas expectativas. En cuanto a su formación, ha cursado estudios de pregrado y posgrado. En apariencia, una vida «ideal». Y bajo esa perspectiva ¿qué podría salir mal? Pues nada… y todo a la vez.

El síndrome del impostor, acuñado en los años setenta, inicialmente se consideró un fenómeno exclusivo de las mujeres. Sin embargo, hoy sabemos que también afecta a los hombres, aunque a menudo de manera más secreta, ya que tendemos a vivirlo como una vergüenza oculta.

Las estadísticas dicen que el 70% de la población lo ha sufrido en algún momento. Quienes lo presentan en su mayoría son personas consideradas exitosas. Existen varios tipos, pero todos con algo en común: la creencia de que se finge ser quien no se es, que no se es tan bueno como la gente cree. Es la inseguridad que tienen muchas personas de “éxito”.

Cuando Juan recibió el ascenso, en lugar de sentir satisfacción, experimentó una sensación abrumadora de que el cargo le quedaba grande. Tuvo un miedo paralizante de que otros pensaran que no merecía el puesto. Al familiarizarse con sus nuevas funciones y realizar el empalme correspondiente, notó una gran cantidad de quejas por parte de los clientes. Al sumar los desafíos del cargo y las expectativas de la empresa, tuvo la intención de renunciar antes de que alguien ‘descubriera’ su impostura.

Pedí permiso para compartir una experiencia personal. Lo hice porque se trataba de su tiempo, y porque considero que como mentor no debo abusar del recurso de las vivencias propias. Cada persona es distinta, y lo que me ha funcionado a mí no necesariamente le funciona a otro.

Me autorizó, y le conté…

El teléfono vibró. Vi el número en la pantalla, y sabiendo quién era, contesté con una dosis de adrenalina disimulada. Tras el protocolo de saludo, me confirmó que mi propuesta había sido aprobada. Al colgar, salté de alegría -literalmente-, y llamé a mi socio para compartir la noticia.

A medida que se acercaba el día de dar la conferencia, unos nervios iban apoderándose de mí. Es cierto que cada vez se hace más difícil dar valor, pues el mundo en el que me muevo está lleno de lugares comunes y hay una línea muy delgada donde ese lugar común se puede volver una verdad «irrefutable» que no permite estar abierto a nuevos conocimientos.

La conferencia la dictaría en dos jornadas. Llego a la primera, dicto la parte que estaba presupuestada y cierro con unas conclusiones y un nos vemos la siguiente semana. Hasta luego, gracias, otro hasta luego, otras gracias, y así con quienes iban saliendo del auditorio -el protocolo-. Tomo mi maleta y voy a buscar mi carro con una sensación rara. Entro al carro y hago una llamada.

Vida, ¿cómo te fue en la conferencia? -me contestaron al otro lado-.

«Mal, muy mal,» respondí. Le dije que sentía que no había aportado nada de valor, que tal vez se habían arrepentido y que creía haber cometido un error al aceptar esa contratación. Todo parecía un desastre. Sentí que nada había salido bien, que estaba siendo cuestionado por todos… incluso por mí mismo.

Hay algo profundamente hermoso que he entendido con los años, y es el poder de las palabras de alguien que te ama, cuando esas palabras -a veces duras-, buscan ayudarte.

– Gracias, Vida, gracias… -Me despedí y colgué-.

Llegué a mi destino. Pasé unos minutos dentro del carro. Lloré. Me recompuse y continué con mi jornada. En el fondo, sabía que estaba viviendo una experiencia impostora, pero no tenía herramientas para superarla.

A veces no se entiende, y no lo entienden los demás. “Pero si eres un crack”, “pero solo es un cliente, y hay más”, “no me imaginé que fueras así”. Hablan sin saber, lo hacen por hablar. Por eso hoy, con más certeza, pienso que la vulnerabilidad se debe cuidar y compartirla, sí, y levantar la mano, sí, y pedir ayuda, sí, pero saber con quién hacerlo.

Me sentía muy inseguro. Mi cabeza no paraba de reprocharme y me inventé una «verdad» que no existía, pero me negaba a aceptarlo. Era como si a toda costa quisiera que esa imagen que estaba creando fuera una realidad: soy un maldito impostor, un tramposo, alguien que se pone un disfraz para aparentar ser quien no es.

Me tomó dos días recuperarme. Lo más difícil fue liberarme del pensamiento de que debía volver la siguiente semana a dictar la segunda parte, y tenía miedo de que las personas no asistieran por el poco valor que les había dado en la primera jornada.

No imaginé que esta anécdota llevaría a Juan a llorar como lo hizo. Después entendí que no lloraba por lo que le conté, sino porque se dio cuenta de que no estaba solo, de que muchos hemos sentido lo que él sentía. Puede parecer tonto para algunos, pero cada uno lleva su propia carga, y es muy agotador tener esa voz interna que te repite que no vales, que eres un fraude.

Al verlo llorar, mi mundo se redujo. En ese momento sólo éramos dos hombres reconociendo nuestra vulnerabilidad. Que no somos tan machos, tan valientes, tan invencibles. Su llanto se prolongó pero no importó. El tiempo dejó de existir en ese instante. Respiró profundo y dijo:

– “Jorge, es increíble. Lo que me cuentas es lo que estoy viviendo y lo que he vivido intensamente en otros momentos”. -Lanzó un madrazo de rabia y sus ojos brillaron-.

Algo se le iluminó, algo que aún desconozco. Podría preguntarle, pero sé que hay preguntas que sólo buscan respuestas para llenar el ego, y en un proceso de mentoring el ego no tiene cabida. El mentor debe tener claro que un buen acompañante no necesita «meter goles», ni recibir aplausos, ni flores. La convicción es profunda: el mentee siempre está primero.  

Conté el final del relato. Después de dos días difíciles y aplicando las herramientas que había encontrado, la sensación impostora se fue yendo. El día de la segunda parte de la conferencia llegué con mis mesas de magia, una baraja de cartas y otros elementos mágicos, y decidí empezar haciendo lo que más me gusta hacer.

El auditorio estaba otra vez lleno. El anfitrión dio unas palabras y me dio paso. Un respiro profundo e imperceptible me dio ánimos, caminé, me senté frente a mi mesa de magia, miré a los comensales y mientras tomaba la baraja en mis manos les dije: «la magia es de las mejores cosas que me han pasado en la vida y hoy quiero hablarles desde lo que he podido descubrir con una baraja de cartas en la mano». Nos reímos, nos divertimos, aprendimos y un aplauso final validó lo que pensaba era una impostura.

Todo estaba en mi cabeza.

Veinte días después, Juan volvió con una perspectiva renovada. No solo había superado la tentación de renunciar, sino que entendió que estaba en una curva de aprendizaje natural para su nuevo cargo.

Varios meses después me contaría de los buenos resultados. Había logrado cohesionar al equipo y mitigado las quejas de los clientes. Su historia, era otra: la de un hombre más seguro de sí y convencido de que hay que estar alerta cuando una nueva experiencia impostora vuelva.

Para cerrar, quiero compartir una lista con algunas ideas que pueden ser útiles para hacer frente a una experiencia impostora. Toma aquello que creas puede servirte.

Algunas estrategias para salir de una experiencia impostora:

  • Recibir críticas con serenidad: las críticas son valiosas para el crecimiento y es importante analizarlas con una mente clara para identificar cuáles son ciertas y aceptarlas con humildad, y cuáles no, para defenderse con respeto.
  • Fingir autoconfianza: en momentos difíciles puede servir actuar con seguridad, así no sea real; al menos mientras se busca la causa de la experiencia impostora que estamos viviendo.
  • Analizar los hechos: para eso se puede hacer una tabla con tres columnas como las siguientes:
HECHOSIDEAS IMPOSTORASHABILIDADES Y/O COMPETENCIAS
Listar los hechos puntuales sobre los que se tienen las ideas impostorasListar las ideas impostoras sobre los hecho de la columna anteriorPoner aquellas habilidades y competencias que podrían haber influido en el resultado que los hechos muestran

Luego confronta las columnas dos y tres para llegar a tus propias conclusiones.

  • Hacer una lista de afirmaciones: sobre ti mismo.
    • 10 puntos fuertes (persistencia, creatividad, etc.)
    • 5 cosas que se admiren de uno mismo
    • 20 logros, por simples que parezcan.
    • 10 cosas que podría uno hacer para ayudar a otros.
  • Aceptar los errores: haz una lista de tus errores, celébralos y escribe lo que has aprendido de cada uno.
  • Evitar la comparación: especialmente con pares.
  • Cuidar las expectativas: no tenerlas altas y menos sobre la posible retroalimentación que esperas recibir sobre tu trabajo.
  • Salir del «armario de los impostores»: si crees que lo padeces, busca apoyo profesional.

Cierro diciendo que las ideas impostoras no son necesariamente un obstáculo, sino una oportunidad. Al reconocer nuestras inseguridades y aceptarlas, nos damos el espacio para crecer y seguir aprendiendo, siempre con la confianza de que estamos exactamente donde necesitamos y merecemos estar.

Nota adicional: Si deseas hacer un cuestionario de autoevaluación para saber qué tan propenso eres a sufrir el síndrome del impostor, escríbeme en www.jorgegamboa.co y te lo envío.

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